viernes, 28 de febrero de 2025

El Viaje de Nicolás: Explorando Acciones Conjuntas

Los bloques de colores estaban alineados sobre la mesa, esperando convertirse en una torre que, aunque sencilla, simbolizaría un puente entre dos mundos. Nicolás, con su mirada fija en el primer cubo, estaba inmerso en su universo interior. Frente a él, Laura, su acompañante terapéutica, esperaba con paciencia, como quien aguarda el primer rayo de sol tras una larga noche. Laura había llegado esa tarde con un propósito claro: trabajar en el delicado equilibrio de las acciones conjuntas, un terreno donde Nicolás mostraba pequeñas luces de avance, pero aún sin miradas que conectaran verdaderamente con el otro. Ella sabía que cada interacción, por pequeña que fuera, era un compás en la melodia de un desarrollo lleno de potencial.



Tomó un cubo y, con un movimiento pausado, lo colocó en el centro de la mesa. “Voy a empezar nuestra torre,” dijo, su voz suave pero firme. Empujó otro bloque hacia Nicolás, invitándolo sin palabras. El silencio era palpable, pero no incómodo; era un espacio lleno de posibilidades, de elecciones que aún no se habían hecho.

Nicolás alzó el bloque y, sin levantar la vista, lo colocó cuidadosamente sobre el primero. Laura sonrió, un gesto que no buscaba respuesta inmediata, pero que sembraba una semilla de reconocimiento. “¡Muy bien! Estamos construyendo algo juntos,” comentó, no solo para validar su acción, sino para construir un puente invisible entre ellos.

El proceso continuó. Laura colocaba un cubo, luego Nicolás. Cada movimiento era un eco del anterior, una danza acompasada que, aunque no incluía miradas, respiraba una armonía silenciosa. En ese momento, la ausencia de contacto visual no era una barrera, sino parte del lenguaje propio de Nicolás, un lenguaje que Laura aprendía a escuchar y respetar. El avión de juguete descansaba cerca, testigo silencioso de la escena. Laura lo observó un instante, considerando si podría ser una próxima herramienta, un siguiente paso en este viaje compartido. Por ahora, el acto de construir juntos era suficiente, un acto lleno de significado.

Cuando la torre estuvo completa, Nicolás se detuvo. No miró a Laura, pero su respiración ligera y la forma en que sus manos rozaron suavemente la mesa hablaban de una calma que ella reconocía. Era un pequeño logro, un paso más en el sendero de las interacciones compartidas. Laura sabía que el trabajo no terminaba aquí. En su mente, ya visualizaba futuras actividades, nuevos compases en esta sinfonía de desarrollo que componía junto a Nicolás. Las acciones conjuntas, aunque simples, eran como los primeros acordes de una obra que prometía mucho más: momentos de referencia mutua, interacciones más complejas, y quizás, un día, una mirada que dijera más que mil palabras.

El acompañamiento terapéutico es una labor delicada, un arte que se construye en el intersticio entre el mundo interior del niño y las posibilidades que el entorno puede ofrecerle. Para Nicolás, cada cubo colocado en esa torre fue un paso hacia adelante, una declaración silenciosa de su disposición a construir algo compartido. Laura no solo trabajaba en el desarrollo de sus habilidades, sino también en la creación de un espacio donde Nicolás pudiera ser quien es, mientras exploraba quién podría llegar a ser. En ese espacio, los bloques no eran solo juguetes, y la torre no era solo una estructura; eran símbolos de un viaje compartido hacia un futuro más conectado y lleno de significado.

Lic. Luis Ortega

No hay comentarios.:

Publicar un comentario